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Daniel era uno de los habitantes del reino, y aunque no era muy pequeño, todavía llevaba chupete, su más preciado tesoro, y del cual era incapaz de deshacerse. Aunque todavía era un niño, era muy valiente e inteligente. Un día, mientras caminaba por las montañas, encontró una pequeña cueva, y al adentrarse en ella descubrió que era gigantesca, y que en su interior había un impresionante castillo.
Al acercarse, Daniel oyó unas voces, sin dudarlo, saltó los muros del castillo y se acercó al lugar del que procedían las voces.
“¿Hay alguien ahí?”, preguntó.
“¡Socorro!, ¡ayúdanos!”, respondieron desde dentro, “llevamos años encerrados aquí sirviendo al dragón del castillo”.
“¿Dragón?”, pensó Daniel, “tengo que ayudar a estas personas a salir de aquí, ¿pero cómo hacerlo?”. Daniel era consciente que para vencer al dragón tendría que desprenderse de su máximo tesoro, su chupete, y así poder demostrar lo valiente que era. En cuestión de segundos, Daniel se quitó el chupete y lo arrojó por los muros del castillo, y armado de valor empezó a andar, de repente, una enorme llamarada estuvo a punto de quemarle vivo, entonces, Daniel dio media vuelta muy tranquilamente, y dirigiéndose al terrible dragón que tenía enfrente, dijo:
“Está bien, dragón, te perdono por lo que acabas de hacer, seguro que no sabías que era yo”.
El dragón se quedó muy sorprendido con aquellas palabras, no esperaba que nadie se le opusiera, y mucho menos un niño tan pequeño y con tanto descaro.
“¡Prepárate para luchar, enano!, ¡me da igual quien seas!”, rugió el dragón.
“Espera un momento, está claro que no sabes quién soy yo, ¡soy el guardián de la sagrada espada de plata!”, siguió Daniel, que antes de luchar era capaz de inventar cualquier cosa. “Ya sabes que esta espada ha acabado con decenas de ogros y dragones, y que si la desenvaino volará directamente a tu cuello para darte muerte”.
Al dragón no le sonaba tal espada, pero se asustó, no le gustaba nada aquello de que le pudieran cortar el cuello, Daniel siguió hablando.
“De todos modos, quiero darte una oportunidad de luchar contra mí, viajaremos al otro lado del mundo, allí hay una montaña nevada, y sobre su cima, una gran torre, en lo alto de la torre hay una jaula de marfil donde un mago hizo esta espada, y allí la espada pierde todo su poder, estaré allí”.
Y al decir eso, Daniel levantó una nube de polvo y desapareció. El dragón pensó que había hecho magia, pero sólo se había escondido entre unos matorrales, y el dragón, deseando luchar con aquel temible caballero, salió volando rápidamente hacia el otro lado del mundo.
Cuando estuvo seguro de que el dragón estaba lejos, Daniel salió de su escondite, entró al castillo y liberó a todos los allí encerrados. Algunos llevaban desaparecidos muchísimos años, y al escapar, todos celebraron el gran ingenio de Daniel.
“¿Y el dragón?”, preguntaron los liberados, “¿Pues os podéis creer que en el otro lado del mundo era verdad que había una montaña nevada, con una gran torre en la cima, y en lo alto una jaula de marfil? Pues sí, y el dragón se metió en la jaula y no pudo salir, y allí sigue, esperando a que alguien ingenioso vaya a rescatarle...”
Las personas liberadas no podían creer lo que estaban oyendo, un niño tan pequeño había vencido al malvado dragón, demostrando que el ingenio es la mejor arma de todas, y que siempre se debe emplear antes de recurrir a la violencia.
Hoy en día, muchos niños valientes e ingeniosos siguen los pasos de Daniel, y se desprenden de sus chupetes y los llevan a PABLETE´S, donde según cuenta la leyenda, se encuentra la torre y la jaula de marfil en la que el dragón quedó atrapado, y en honor a la valentía y al ingenio del pequeño Daniel, todos los chupetes son colgados alrededor de dicha torre.
FIN